El Dios soberano en el libro de Daniel
El tema de la Persona de Dios sobresale en toda la Biblia (Gén. 1:1; 3:15; Isa. 41:4; Luc. 24:27, 44, 45; 2 Tim. 3:16; Apoc. 22:20, 21).[1] En sus páginas, el lector puede encontrar destellos de la Persona y la acción de Dios en la vida de individuos y naciones. En el libro de Daniel, desde el primer capítulo hasta el último, se menciona al Señor varias veces por su nombre y por los títulos que invocan su Persona.[2] El propósito de este artículo es mostrar cómo el tema de la soberanía divina está resaltado en Daniel, enfocando tres subtemas que se encuentran en el libro.
Dios como dador
Cuando la Biblia se refiere a Dios entregando/dando, enfatiza que él es la fuente de todo (Neh. 9:6; Juan 1:3, 4; Hech. 17:25). Al comienzo del libro de Daniel, este tema aparece al lector cuando el profeta escribe que Jerusalén de hecho fue invadida por Nabucodonosor, rey de Babilonia, porque “Jehová entregó la ciudad en sus manos” (Dan. 1:1, 2). A partir de esta introducción, el profeta presenta el control de Dios sobre la historia de las naciones y los pueblos. Esta idea se repite en el capítulo sobre los actos de Dios al conceder a Daniel “gracia y buena voluntad ante el jefe de los eunucos” (vers. 9), e impartirles a él y a sus amigos “conocimiento” e “inteligencia” (vers. 17).
En Daniel 2, el profeta alaba a Dios por ser la fuente suprema de toda “sabiduría” y “entendimiento”, y otorgar estos dones a sus siervos (Dan. 2:21, 23; ver también Prov. 1:7; 8:22-31; Rom. 11:33; 1 Cor. 1:24; Sant. 1:5). El llamado bíblico es que busquemos en él la verdadera sabiduría (Prov. 2:1-6), sabiendo que la recibiremos. Además, también el Señor fue quien le dio a Nabucodonosor “el reino, el poder, la fuerza y la gloria” (vers. 37), y este mismo acto de otorgar mandato civil a reyes y gobernadores se destaca en Daniel 4:32 y 5:18.
Dios como revelador
Daniel presenta a Dios como la fuente última de revelación y de interpretación (Dan. 2:17-23, 27-30). Este tema se destaca en el capítulo 1, cuando se dice que el Señor dio al profeta “entendimiento en toda visión y sueños” (vers. 17). El hecho de que Dios haya dado a Daniel estos dones indica que este había recibido el don de profecía, porque “visiones y sueños” (Núm. 12:6) son los medios de comunicación usados por Dios para revelar “su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7).
El Dios que revela tiene el control de la historia. Daniel escribió que el Señor reveló a Nabucodonosor eventos que tendrían lugar “en los últimos días” (Dan. 2:28). En el siguiente versículo, el profeta agregó que el Señor revelaría al rey “lo que sucederá en el futuro” (vers. 29). Estas dos frases tienen la misma estructura, y constituyen un paralelismo sinonímico: “lo que sucederá en los últimos días” y “lo que sucederá en el futuro”. Todavía en el capítulo 2, Daniel refuerza que la revelación dada a Nabucodonosor no estaría restringida a sus días (vers. 32, 37, 38), sino que abarcaría otros imperios y naciones (vers. 39-43) hasta llegar a su clímax en el “futuro” (vers. 45), en la instauración del Reino de Dios, que aniquilará los reinos terrenales y “permanecerá para siempre” (vers. 44). De hecho, el profeta se refiere a la segunda venida de Cristo, único acontecimiento capaz de cumplir la parte final de la profecía.[3]
Además de revelar el futuro, Daniel agrega que Dios revela “misterios” (Dan. 2:18, 19, 27, 28, 30). La palabra utilizada en el libro para “misterio” es el sustantivo arameo rāzāh, cuyo significado principal es “secreto”, y no está relacionado solo con asuntos futuros.[4] El uso de la traducción “misterio” proviene de la primera traducción al griego de la Biblia, la Septuaginta, que luego se tradujo en la Vetus Latina como mysterium. El término arameo utilizado por Daniel expresa el concepto de que Dios revela sus hechos maravillosos;[5] a su vez, su contraparte en griego se refiere a temas ocultos, ahora revelados por intervención divina.[6] El contenido de estas revelaciones, sin embargo, no se relaciona solo con aspectos futuros, sino también con cualquier tema que el Señor quiera revelar a la humanidad.
Dios como soberano
La presencia de Daniel y sus amigos en Babilonia fue decisiva para difundir el conocimiento del Dios de Israel entre los caldeos. Mediante el testimonio de la fidelidad de estos jóvenes, los gobernantes de Babilonia y de Media y Persia declararon pronunciamientos o decretos en los que reconocieron al Señor sobre todo otro poder.
El primer pronunciamiento monárquico sobre Dios en el libro proviene de Nabucodonosor, en Daniel 2:47. El rey reconoció que el Señor “es Dios de dioses y Señor de reyes”. Estos títulos se conocen como superlativos, que indican la superioridad divina sobre los “dioses” y los “reyes”.[7]
El primer título se refiere al nivel religioso, e indica la superioridad de Dios sobre cualquier deidad pagana. Esto es notable, ya que se sabía que Babilonia era un centro religioso que concentraba todo tipo de culto a varias deidades.[8] El rey mismo fue el promotor del culto a los dioses babilónicos. En este pronunciamiento, sin embargo, se reconoce el poder del Señor sobre todas estas deidades. Ciertamente, su actitud aún no marcaba su conversión al Dios de Israel, ya que todavía viviría momentos notables de su idolatría babilónica (Dan. 3). Sin embargo, aparecían los primeros signos del impacto del testimonio de los jóvenes hebreos acerca de la superioridad del Dios de Israel.
El segundo título se refiere al nivel político, y destaca al Señor como gobernante supremo. El superlativo “Señor de reyes” enfatiza la soberanía divina, porque lo coloca por encima de todos los reyes, incluso del mismo Nabucodonosor. Este superlativo destaca que el dominio y el Reino de Dios están por encima de cualquier otro en el Universo. Él es el “Rey de reyes” (Zac. 14:9; 1 Tim. 6:15; Apoc. 17:14; 19:16). Esta supremacía real ya había sido mencionada en el mismo capítulo, cuando el profeta se refiere a Dios como aquel que “mueve los tiempos y las estaciones, quita reyes y establece reyes” (Dan. 2:21).
Este concepto se repite en Daniel 4:32, cuando el profeta afirma, en la interpretación de otro de los sueños del rey, que “el Altísimo domina sobre el reino de los hombres y a quien él quiere lo da”. Así, los reinos del mundo están bajo la soberanía y el control del “Rey de reyes”. Nabucodonosor, después de recuperar la cordura, nuevamente reconoce la soberanía divina al bendecir al Altísimo y glorificar “al que vive para siempre, cuyo dominio es dominio eterno y su reino por todas las generaciones” (Dan. 4:34). En esta declaración, además de resaltar una vez más la superioridad de Dios como Rey soberano, el monarca destaca la perdurabilidad del Reino divino, caracterizándolo como eterno, existente “de generación en generación”.
Este aspecto de la eternidad del Reino de Dios también se enfatiza en otras partes del libro. En Daniel 6:26, Darío declara que el Señor “es el Dios viviente y permanente por todos los siglos; su reino no será destruido y su dominio nunca tendrá fin”. En la sección profética (Daniel 7-12), el profeta dice: “Y le fue dado dominio, y gloria y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominio es eterno, que nunca pasará, y su reino nunca será destruido” (Dan. 7:14), haciéndose eco del concepto presentado en Daniel 2:44. También en el capítulo 7, Daniel añade que el dominio de este Reino será compartido con todos los súbditos de Dios en la Eternidad (Dan. 7:22, 27), cuando el “Hijo del Hombre” lo establezca en su segunda venida (Dan. 7:13)
Conclusión
Las narraciones y las profecías del libro de Daniel exaltan a Dios como único Soberano, que concede, revela y gobierna todas las cosas. Como creador y dador de todo, debemos depender de él. Como revelador supremo, debemos confiar la dirección de nuestra vida en sus manos. Finalmente, al gobernar sobre todo, debemos rendirnos a su voluntad soberana no solo ahora, sino por toda la Eternidad, cuando estemos cara a cara con él en su Reino.
Sobre el autor: profesor de Antiguo Testamento en el Seminario de Teología de Faama, Belém, Pará, Brasil.
Referencias
[1] Fernando L. Canale, “Doutrina de Deus”, en Tratado de Teologia Adventista do Sétimo Dia, Raoul Dederen, ed. (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2015), p. 121.
[2] Ver Dan. 1:2, 9, 17; 2:18-20, 23, 28, 34, 35, 37, 44, 45, 47; 3:17, 25, 26, 28, 29; 4:2, 8, 9, 17, 18, 24, 25, 32, 34, 37; 5:3, 11, 18, 19, 21-23; 6:5, 10, 11, 16, 20, 22, 23, 26; 7:13, 22, 25, 27; 8:25; 9:2-4, 7-11, 13-20, 25; 10:12, 18, 21; 11:32, 36; 12:1.
[3] Frank B. Holbrook (ed.), Estudos Sobre Daniel (Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2021), p. 322.
[4] Nelson Kirst, Nelson Kilpp, Milton Schwantes y otros (eds.), Dicionário Hebraico-Português e Aramaico-Português (São Leopoldo, RS: Sinodal, 2016), p. 301.
[5] Charles F. Pfeiffer, Dicionário Bíblico Wycliffe (Rio de Janeiro: CPAD, 2017), p. 1.292.
[6] D. William Mounce, Léxico Analítico do Novo Testamento Grego (São Paulo: Vida Nova, 2013), p. 422.
[7] Pfeiffer, Dicionário Bíblico Wycliffe, p. 1.844.
[8] C. Mervyn Maxwell, Uma Nova Era Segundo as Profecias de Daniel (São Paulo: Casa Publicadora Brasileira, 2009), p. 52.